Con 300 días de sol al año y 28 ºC en verano, Lisboa es un destino de vacaciones perfecto. Y por su tranquilidad, tamaño asequible y ubicación junto a la costa, es ideal para viajar en familia. A los niños siempre les encanta.
Por SERGIO MUÑOZ
En julio y agosto, lo primero es tener controladas las mejores playas de Lisboa. Lo más cómodo es atravesar el Puente del 25 de Abril, que salva el estuario del Tajo, hasta la Costa da Caparica. Allí nos esperan 15 km de playas con servicios, bares y restaurantes. Mientras, la playa de Carcavelos es amplia, familiar y perfecta para iniciarse en el surf, ya que dispone de una decena de escuelas a pie de arena.
Hay muchas formas de conocer Lisboa. La mejor, desde las alturas. Colgada sobre siete colinas, la ciudad de Lisboa nos sorprende en cada esquina con algunas panorámicas maravillosas.
Esa geografía ha obligado a los lisboetas a salvar los desniveles con elevadores. Los de Santa Justa, Glòria o Bica ofrecen una experiencia divertida y vistas inmejorables.
También podemos tomar el tranvía y evitar caminar de más. El 28, amarillo y antiguo, recorre los barrios históricos.
Pero la mejor vista de la ciudad la tenemos desde el Castillo de San Jorge. Erigido en el siglo XVIII sobre unas murallas del siglo XIV, sus cañones apuntando hacia el río nos hacen soñar con historias de otras épocas.
Una travesía por el Tajo convertirá a los niños en improvisados marinos. El Cacilheiro une Cais do Sodré y Cacilhas, en la otra orilla del río, en una tranquila travesía. Además, visita obligada son el Oceanário, con 8.000 ejemplares de fauna acuática, o el Jardín Zoológico. Inaugurado en 1884, es hogar de 2.000 animales de 400 especies que viven en ambientes similares a sus hábitats naturales.
Eso sí, entre tanto paseo por Lisboa hay que sacar un momento para darle un mordisco a un pastel de Belém. Dulce, cremoso y ligeramente tostado, ¿quién puede resistirse?
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